Viernes a la noche y no pinta nada. Ni una fecha, ni
una casa donde caer. No tenía ganas de pasar otra noche pelotudeando en mi
pieza. Llame a mi amigo Agustín, con la idea de tomarnos unas cervezas en la
esquina. Sé cómo va a terminar la noche de antemano, los dos muy borrachos y
fumados pero la ventaja de parar en una esquina, es que no estas lejos de tu
casa. Podes pilotear la vuelta. Ahora que lo pienso, debemos ser los últimos que
se juntan en una esquina. Hace mucho tiempo, que ande por donde ande, no veo
pibes reunidos en la calle. Deben haber cambiado los lugares donde juntarse o
algo así. Agustín y yo, debemos ser unos de los pocos que mantienen viva la
tradición.
Lo paso a buscar y arrancamos hacia el kiosco. Hoy le
toca atender al viejo forro de Antonio. Le noto como le brilla la mirada, con
nosotros salva la noche; en más ni los envases nos pide: “cuando pueda me los
alcanzan”. En el camino Agustín me pregunta sobre mi chica y le cuento la novedad,
que Gisela ya no es mi novia. Hace una semana ya que me dejo. Me dijo que no
sentía lo mismo que antes, que queríamos cosas diferentes y que buscaba nuevas
experiencias, algo diferente. Todos típicos clichés que se dicen en una ruptura
menos la última parte. Agustín coincidía conmigo: “¿Algo diferente? Esa sí que
nunca la había escuchado!
El tiempo pasa rápido cuando fumas, escabias y hay un
tema de charla universal. “Sabes nunca
los vi como novios, sino que andaban juntos y hasta ahí nomás” me confiesa
Agustín. Y la verdad que tiene razón. La primera vez que la vi, en el
cumpleaños del gordo Raúl, no me saco los ojos de encima. Nuestro segundo
encuentro fue en la fecha de una banda amiga y otra vez lo mismo. No me quedo
otra opción que encararla y esa misma noche, como dice el dicho “paso lo que tenía
que pasar”. A partir de allí, empezamos a andar juntos. Salíamos algunas veces,
venía a mi casa a ver películas o jugar a la play pero más allá de eso; no hay
mucho que contar. No soy un experto en relaciones y tampoco tengo mucha experiencia pero creo que estar de
novios es otra cosa.
Hay que reponer las cervezas, pero el viejo forro decidió
cerrar temprano el kiosco. No tendrá ganas de trabajar o ya habrá hecho
suficiente dinero. En fin, nunca lo sabremos. No queda otra que caminar a la
avenida, donde hay un kiosco que realmente esta las 24 horas. Al llegar a la
avenida, nos llama la atención que todavía este
el negro que vende cadenitas. Cruzamos hacia el quiosco, donde tenemos
dos personas delante. Mientras esperamos, la primera sorpresa de la noche. Gisela
mirando el puesto del negro, mientras este lo desarma. Me hago el boludo y miro
para otro lado. No estoy en condiciones para encontrármela. Cuando solo queda
un cliente ante de nosotros, Agustín me toca el hombro y al darme vuelta, la
segunda sorpresa. El negro caminando de la mano con Gisela. Mi asombro es
interrumpido por el kiosquero: “que van a llevar”. Responde Agustín y yo me
quedo mirando como corren el colectivo 66 hasta alcanzarlo. El 66, el que te
lleva a la zona de los telos. No puedo salir de mi asombro pero tengo que sacar
mi billetera: “Muchachos les voy a tener que cobrar los envases”
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